EL AMOR TODO LO PUEDE

Carlos Codas Zavala vivió la paternidad en diferentes etapas de su vida, desde distintas aristas. Esto le dio una amplia perspectiva y un sentido enorme de gratitud. En homenaje a este mes tan especial, Carli nos abrió las puertas de su casa y nos presentó a sus hijos: Lorenzo (8), Saira (6) y Mateo (4). Así, conocimos un poco de su lado más humano y su rol de papá supercariñoso.

Fotografía: José Alderete. Dirección de producción: Betha Achón

Entre sus múltiples actividades laborales como abogado, Carli se toma un tiempo para recibirnos en su hogar y mostrarnos un poco de cotidianeidad. La conexión con sus hijos es tierna e inspiradora: se cuelgan de su cuello y se le suben encima. Él confiesa que le encanta la interacción: “Ellos son mis conejitos Duracell, me llenan de energía”.

Nos cuenta que vivió la paternidad en distintas etapas de su vida. En la estabilidad con su primer hijo, Lorenzo. En la tormenta en conjunción con la alegría por el nacimiento de Saira y el profundo pesar por la pérdida de su primera esposa, Leticia Mendoza. Y desde la construcción, con Mateo, su hijo del corazón, en su matrimonio con Ana Laura Ayala.

“Con Lorenzo nació un amor profundo y despertó un gran sentido de responsabilidad. Tenía que ocuparme de todo. Con Saira, una alegría inmensa por su vida y al mismo tiempo un dolor indescriptible, pues a los pocos días murió su mamá. Lo que me motivó fue que debía ocuparme de ella”, recuerda. Si bien ya con Lorenzo ejercía una paternidad muy activa, participaba íntegramente en cambiar los pañales y preparar biberones, afrontar esa doble responsabilidad de ser mamá y papá para sus hijos fue el mayor desafío de su vida. “Yo tuve mucha ayuda y contención, pero fueron momentos muy duros. Renuncié a varias actividades, cambió completamente mi vida”, rememora y continúa: “La fuerza que te dan los hijos no se consigue en cualquier lado, y la fuerza del dolor también, ese dolor es la medida del amor. Aprendí que uno puede generar amor del dolor. Cuando no tenía fuerza de voluntad solo los miraba a ellos”.

En ese tiempo le inspiró un documental del exfutbolista inglés del Manchester United, Rio Ferdinand. Su cónyuge falleció de cáncer y en el material contó lo mucho que le costó sobrellevar la viudez, a pesar de ser exitoso. “Él lideraba uno de los mejores equipos, tenía recursos, se llevaba al mundo por delante y cuando se murió su esposa, se sintió privado de todas las herramientas que pensó que tenía. ¿Qué fue lo que le ayudó? Un grupo de apoyo con otros viudos”, expone.

Así, sin pensarlo demasiado, Carli se animó a formar un grupo de apoyo con una amiga que también había enviudado muy joven. Fueron junto a una psicóloga especialista, quien les cedió el espacio físico; hicieron un flyer sin muchas expectativas y de esa convocatoria acudieron 27 personas. En el mismo círculo conoció a Ana Laura Ayala, cuyo marido, Rubén Barchini, también falleció súbitamente. Se conocieron, se hicieron amigos y fueron la primera pareja del grupo. Fue una hermosa casualidad el haberse encontrado, y crearon juntos los motivos para seguir y ser muy felices en homenaje a sus seres queridos que partieron. Ana Laura y Carlos se casaron en abril de este año y Chic acompañó ese momento grato y feliz de la pareja.

“Ana Laura es una divina, una persona excepcional y maravillosa”, dice sonriendo. En cuanto a los hijos, cuenta que la integración se dio de forma muy natural, la relación fraternal se desarrolló incluso antes de que los respectivos hijos los llamaran papá y mamá a cada uno.

¿Cómo se dio ese proceso con Mateo?

-Yo desde un principio lo traté y lo amé como mi hijo, pero lógicamente con él, el proceso fue gradual. Primero me decía “tío”, después “papi”, indistintamente, y ahora ya solo “papi”. Y te soy muy sincero, me derrite cuando me dice “papá”, me muero de amor. Con toda la honestidad, confieso que lo que yo siento por Lorenzo y Saira es el mismo sentimiento que tengo por Mateo. Nunca pensé que el corazón fuera tan maleable, que te puede surgir como un rayo por dentro. Es excepcional cómo el cariño de padre se crea, pero también nace. Ambos son igual de fuertes, intensos e incondicionales. Mateo es mi hijo, lo amo con toda mi alma. Por supuesto que sabe que Rubén es su papá y siempre lo será, pero acá en la tierra yo lo voy a cuidar y amar. Al igual que Saira y Lorenzo saben que Leti es su mamá. Ellos, los que partieron, también forman parte de nuestra familia.

¿Qué es lo que más te gusta de ser papá?

Me divierto muchísimo con ellos. Amo el tiempo que estamos en familia, me gusta observarlos, disfruto de las particularidades y diferencias de cada uno. Me asombra cómo el amor es tan transversal, cómo se puede amar tanto. Les veo y veo un milagro, el brillo de sus ojos me parece extraordinario. Agradezco la oportunidad de tener a los tres.

¿En qué te parecés a tu papá?

Mi papá me habló mucho de la integridad, de que la familia es lo primero. Creo que él me legó eso. Esa filosofía de vida de poner a mis seres queridos en primer lugar y de ser íntegro. Pero pensando bien, muchas cosas más, era muy estudioso, cerebral, racional y serio.

¿Cómo te describís desde tu rol como papá?

La paternidad se construye; como todo ser humano, tengo virtudes y defectos. Mis virtudes son mi responsabilidad y mi ética de trabajo. Quiero brindarles lo mejor para que ellos generen sus propias oportunidades y puedan buscar su felicidad o lo que quieran de la vida, eso yo lo tengo claro.

¿Qué legado te gustaría dejarles?

Que aprendan el valor y la fuerza de la gratitud. Siempre, hasta en las peores tragedias, hay algo que agradecer. Si uno da las gracias, la vida cobra sentido. A seguir la intuición, la conciencia y el corazón. Y no hacerle mal a nadie. Desde ahí uno construye una vida feliz, no con lo que uno tenga o consiga.