
LA RECETA DE LA FELICIDAD
Es natural imaginar a Hermann Soerensen en su elemento: detrás de los eventos más renombrados, como líder de la cocina de Stuppendo, rodeado de aromas intensos y sabores únicos. Sin embargo, hay una imagen aún más poderosa que define su vida con igual pasión: cada mañana camina dos cuadras de la mano de sus hijos, Mikko, Siena y Yannick, rumbo al colegio. En esas charlas espontáneas y risas matutinas, el amor de un padre presente se cocina a fuego lento.
A sus 45 años, Soerensen es mucho más que el renombrado chef y propietario de Stuppendo, un referente en el mundo del catering. Es, ante todo, un padre entregado que encuentra en los momentos cotidianos la verdadera receta de la felicidad. Casado desde hace 12 años con Dafne Cristaldo, su compañera y aliada en la crianza, ha logrado un equilibrio ejemplar entre su exitosa vida profesional y una paternidad profundamente comprometida.
Cocinar es compartir
“Siempre me gustó comer bien», admite Hermann, un confeso apasionado de la buena comida. Su vocación nació en la cocina materna, mientras revoloteaba curioso a su alrededor. Esa chispa lo llevó a formarse, experimentar y crear Stuppendo, un proyecto que fusiona técnica, creatividad y la incesante búsqueda de la excelencia. Con más de 300 eventos al año, Soerensen fomenta la capacitación continua de su equipo, lo que garantiza siempre la frescura y la innovación.
“Para mí, la comida está íntimamente ligada al disfrute, a compartir con los demás», declara. Y esa filosofía, lejos de quedarse en los platos que sirve en eventos sociales y corporativos, también se cuece en su hogar. «En casa cocino mucho. Mis hijos me ayudan, nos divertimos, ensuciamos todo y aprendemos juntos», nos cuenta. Allí, el aire se llena del aroma a pan casero, empanadas amasadas por manos pequeñas y pizzas compartidas un domingo cualquiera.
Más allá de ser un chef reconocido, Hermann es un padre dedicado. Su día comienza y termina con sus hijos: los lleva al colegio y cena con ellos. En el intermedio, aunque su agenda está repleta de cuestiones culinarias, planificación de acontecimientos y liderazgo de equipo, siempre encuentra tiempo: «Priorizo los momentos con ellos. Me acompañan a la cocina, vienen a eventos. Y yo asisto a sus actividades. Estoy presente».
Para él, lo más sorprendente de ser padre es «que son ellos quienes vienen a enseñarte todo». Los niños, asegura, son los auténticos maestros de la vida, capaces de anclarte en el presente y recordarte lo esencial.
Valioso tesoro
Al preguntarle cómo son sus hijos, Hermann no duda en responder que tienen personalidades únicas. Mikko, de 10 años, es pura energía y pasión por el deporte. Siena, de siete, es dulce y determinada, mientras que el pequeño Yannick, con sus tres años, ya muestra su amor por el fútbol y por la comida, claro. “¡Se ríe todo el tiempo!”, dice orgulloso y con toda la ternura al hablar de sus tesoros más valiosos.
Hermann nos relata una parte fundamental de su día: «Llevo a mis hijos todos los días al colegio. Me gusta caminar, así que estaciono a dos cuadras y hacemos el recorrido juntos. Conversamos, me cuentan sus cosas… Disfruto muchísimo ese momento». Al mediodía, el almuerzo reúne a toda la familia en casa, y por la tarde, los niños se sumergen en sus actividades. «Normalmente acompaño a Mikko a su práctica de fútbol, y por la noche siempre nos encontramos y cenamos juntos en casa», detalla.
Más allá de compartir la mesa y las carcajadas, Hermann concibe la paternidad como una constante lección de vida a través del ejemplo. «Quiero que mis hijos aprendan a ser auténticos, que persigan sus propios sueños sin buscar la aprobación ajena. Que aprendan a insistir, a persistir, a levantarse cuando caen», subraya con firmeza. Esta filosofía la heredó de su propio padre, de quien absorbió la disciplina y la puntualidad, valores que hoy siembra en su descendencia. «Espero que me recuerden como alguien que les enseñó a no rendirse», expresa con una mezcla de humildad y una convicción inquebrantable.
En la casa de los Soerensen, el Día del Padre se vive sin grandes protocolos, en un cálido ambiente de afectos y de buena comida compartida. «Nos reunimos en familia, disfrutamos juntos, normalmente almorzamos. Eso es lo más importante», nos cuenta Hermann. Es una clara declaración en tiempos en los que la prisa y la virtualidad marcan el ritmo: él elige la senda de lo simple, de lo tangible. Y en esa elección, sin duda, se manifiesta el amor en su forma más esencial.
Quiero que mis hijos aprendan a ser auténticos, que persigan sus propios sueños sin buscar la aprobación ajena. Que aprendan a insistir, a persistir, a levantarse cuando caen.