En la relación de Alice Ferreira Fretes y Alejandro Sanabria Cortázar, el amor le ganó a la adversidad y la incondicionalidad se hizo realidad. Ellos tenían planeado unir sus vidas en matrimonio el pasado 6 de junio acompañados de todos sus seres queridos, pero tuvieron que replantear todo y comenzar desde cero.
“Creemos que los corazones no están en cuarentena y que el amor es la única cosa que trasciende el tiempo y el espacio. Por eso decidimos casarnos a pesar de la pandemia”, dictaba una parte de la invitación a su gran día, que tuvo lugar el 25 de julio.
Su historia juntos comenzó cuando cruzaron miradas en un restaurante en donde sus respectivos padres se saludaron y ellos también. Desde ese momento “se ficharon” –en sus propias palabras– y Alejandro no perdió el tiempo. Buscó a Alice en redes sociales hasta encontrarla y la invitó a una salida.
Después de una bonita amistad, que pronto se convirtió en un maravilloso noviazgo de dos años y medio, la propuesta de matrimonio llegó el 27 de julio de 2019. Sin levantar sospechas, Ale le dijo a su novia que irían a la casa de su tío a compartir un asado, algo que para ellos era normal. Al llegar a la residencia, él se alejó y sus primas le pidieron a Ali que fuera hacia la pileta a buscarlo. Desde lejos, ella vio las luces, las velas, las iniciales de sus nombres y a su novio en medio de la decoración con el anillo en la mano.
Fue así como pronto empezaron a soñar con ese día tan especial, que se hizo realidad de la manera menos pensada. Sin embargo, nada pudo contra ellos y siguieron adelante con la misma ilusión. Tal como se podía leer en uno de los carteles que formaban parte de la ambientación: Social distancing is temporary, love is permanent, Ali y Ale adaptaron su boda a la nueva normalidad y sellaron su pacto de felices para siempre en una emotiva ceremonia civil celebrada en la terraza de su departamento.
“Jamás hubiésemos pensado que estaríamos casándonos con tapabocas, distanciados, con nuestros familiares y amigos viéndonos por Zoom. Pero lo más lindo fue que, mientras nos hablaba la jueza, sentíamos el sol radiante en nuestros rostros y espalda. Para mí era una señal de Dios diciéndonos que todo estaba bien y que Él se encargaba de que el día fuese perfecto. Y así sucedió”, recuerda la feliz novia.